La Reconciliación vista desde aquello que la impide: el deseo de venganza. Tratamos de describir los registros que se dan cuando aparece ese impulso a la revancha y cuáles son las creencias que lo sostienen. No se trata de ver qué está bien o mal ni juzgar nada, simplemente describir y observar experiencias.
El impulso a “devolverle” a otros aquello que nos hicieron está muy arraigado en nuestra cultura. Se comentan algunas experiencias personales de los primeros recuerdos que hay sobre situaciones en las que se deseó la revancha a otros. Hay un componente muy físico, de tensión visceral, actuando en esos momentos, que se puede inhibir y esconder todo lo que se quiera, pero que queda ahí actuando en uno. Sin embargo, podemos llegar a imaginar todo tipo de venganzas hacia otra persona y cuando llega el momento de ejecutarlas no hacerlo (afortunadamente), quedando ese impulso ahí en una especie de circuito imaginario que, en el fondo, no se quiere ejecutar. Es como si fuera una descarga de esa tensión por la imagen.
Pareciera como si el acto vengativo, imaginado o realizado, fuese una especie de acto ritual con el que creo que se va a arreglar algo, a recomponer algo roto. Es como si fuera un acto mágico ya que, si llego a realizar tal acción vengativa, observo después que nada se arregló en realidad y que, al contrario, ahora hay más cosas rotas que antes.
Se registra como una fuerte violencia interna hacia el otro, pero a veces también se da en pequeños gestos muy sutiles y que pasan inadvertidos (el registro es muy leve) pero que tienen el mismo fondo de revancha o de “devolvérsela” a otros.
Se comenta la importancia de observar y conocer los estados internos, ya que vamos haciendo su recorrido de forma mecánica, pasando por los estados de resentimiento, arrepentimiento, frustración, etc., que nos invitan a la revancha.
Los registros de contradicción y coherencia pueden volverse confusos en el momento en que uno es atacado o herido por otros, puesto que en ese instante se registra como coherente dar una respuesta inmediata que alivie la fuerte tensión que se ha producido por la afrenta recibida. Sin embargo, si se da esa respuesta vengativa, después de la distensión física aparece un clima de arrepentimiento y desolación por las consecuencias que observo en el otro a causa de mi acción. La unidad interna es algo que se da en el tiempo, después de la respuesta, por lo que hay que tener muy bien grabado ese registro de unidad para tenerlo como referencia profunda, ahí guardado, en copresencia.
A veces, el haber evitado la respuesta vengativa o el haber dado una respuesta transferencial, modificando un estímulo agresivo que nos llega y devolviendo una respuesta positiva, se registra como liberador, ya que uno no ha quedado encadenado a su mecanicidad, ha roto la cadena de la violencia y queda libre. Ese registro liberador es también una buena referencia para momentos de confusión. Es como tratar de imaginar cómo quiero sentirme después antes de hacer algo.
La cultura fomenta la respuesta vengativa en todos sus distintos grados, instalando creencias y códigos que justifican y alientan ese tipo de actitud personal. Hablamos de que es una forma de estar en el mundo, una actitud, una manera de relacionarme con los demás. Ya desde pequeños se nos dice que si nos hacen algo hay que devolverla, porque de lo contrario somos tontos o somos débiles.
En el cine, por ejemplo, es muy frecuente ver la típica narrativa de buenos y malos en la que el bueno es el justiciero y su justicia consiste en acabar o en eliminar a los malos, que son la causa de todos los problemas del mundo. De hecho, decimos que la película acaba bien cuando el malo es eliminado, machacado lo más virulentamente posible, y el bueno devuelve la paz y la concordia al mundo. Occidente ha sido y es una de las culturas más vengativas y transmite esa actitud, que llama justiciera, a través de múltiples producciones culturales.
Otra creencia básica que sostiene la venganza es aquella en la que sentimos que todo nos sucede, que las cosas nos las hacen a nosotros y que nosotros no hemos participado de ninguna manera en la situación. Somos objetos pasivos a los que les van cayendo los palos, por lo que tal cosa es una absoluta injusticia. Por tanto, para restablecer un cierto equilibrio universal, tenemos que hacer a los otros todo aquello que nos hicieron, para que ellos también sientan lo mismo que nosotros y así se den cuenta y no repitan sus malvados actos. Sin embargo, en muchas ocasiones, nosotros formamos parte de la situación en la que nos agreden o nos hieren, no somos ajenos, estábamos ahí con nuestra forma y nuestra actitud, algo tenemos que ver con lo que pasó. Es necesario activar una mirada relacional en lugar de seguir viendo las cosas aisladamente, desconectadas.
Aunque en estos momentos de creciente desorden y desestructuración de todas las instituciones crece la violencia en las personas y la crueldad en las relaciones, también se observa que crece un sentimiento muy claro de rechazo a esa violencia y a esa crueldad en mucha gente, incluidos los jóvenes. Se va polarizando todo, ya que a medida que aumentan las atrocidades de unos, aumenta el rechazo a las mismas de otros.
En general, todos coincidimos en que una actitud atenta con uno mismo y con los demás es fundamental para darse cuenta de los propios registros y de la situación en la que se dan para así poder elegir con un poco más de libertad el tipo de respuesta. Igualmente es importante entender que en la mayoría de las situaciones uno está de alguna forma implicado, entrelazado con ellas y no se puede aislar “lo que nos hacen” como si no tuviera que ver conmigo.
Todo el encuentro transcurrió en un clima alegre y distenso, a pesar de lo delicado de la temática, y se cerró con una ceremonia de reconciliación incluida en el librito de Meditaciones para la vida diaria (gracias Paquita).